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By Luis Miranda, The Real Agenda
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¿Quién será el próximo Presidente de Estados Unidos?

Tuesday, April 5, 2016 10:36
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Las elecciones primarias estadounidenses ofrecen un espectáculo desolador en el que los principales no parecen conscientes de que las opiniones que ellos emiten apresuradamente y sus declaraciones demagógicas van a tener consecuencias, interna y externamente, si llegan a la presidencia. A pesar de las apariencias, son limitados los poderes del presidente de Estados Unidos. Por ejemplo, fue evidente para todos que el presidente George W. Bush no era capaz de gobernar y que otros lo hacían en su lugar. De la misma manera, hoy en día es evidente que el presidente Barack Obama no logra hacerse obedecer en todos los sectores de su propia administración. Así hemos podido ver, en el terreno –en Ucrania y en Siria–, como los hombres del Pentágono libran una guerra feroz contra los de la CIA. En realidad, el principal poder de la Casa Blanca no es el mando de los ejércitos sino más bien la posibilidad de nombrar o de confirmar las nominaciones de 14 000 altos funcionarios –6 000 de ellos cuando el presidente entra en funciones. Más allá de las apariencias, el presidente de Estados Unidos es por consiguiente quien garantiza que la clase dirigente se mantenga en el poder y, por esa razón, no es el Pueblo sino la clase dirigente quien elige al presidente. Es importante recordar que, según la Constitución estadounidense (artículo 2, seccion 1), contrariamente a lo que afirman los medios de comunicación ignorantes, el presidente de Estados Unidos no es electo según mediante el sufragio universal de segundo grado sino únicamente por los 538 representantes de los gobernadores. La Constitución estadounidense no obliga a los gobernadores a designar estos grandes electores según el deseo expresado por sus administrados, a través de las urnas, durante lo que no pasa de ser un escrutinio de consulta. Fue por eso que, en la elección del 2000, la Corte Suprema de Estados Unidos se negó a invalidar los electores designados por el gobernador de La Florida, a pesar de que existía la duda sobre la voluntad expresada por los ciudadanos de ese Estado. No es menos importante recordar también que, contrariamente a lo que sucede en Europa, las «primarias» estadounidenses no las organizan los partidos políticos sino los Estados –bajo la responsabilidad de los gobernadores– y que cada Estado aplica su propio sistema. Las primarias están concebidas, finalmente, para que los grandes partidos presenten cada uno un candidato compatible con los intereses de los gobernadores. Se organizan, por tanto, según el modelo del «centralismo democrático» soviético, para eliminar a todo individuo que muestre un pensamiento original o que simplemente pudiera llegar a cuestionar el sistema y para favorecer a una personalidad «de consenso». Si los ciudadanos participantes no llegaran a designar un candidato, o principalmente si llegaran a designar un candidato incompatible con el sistema, la subsiguiente Convención del partido es quien toma la decisión final, de ser necesario, invirtiendo el voto de los ciudadanos. Las primarias estadounidenses no son, por consiguiente, un «momento democrático» sino, por el contrario, un proceso que permite, por un lado, que los ciudadanos se expresen mientras que en realidad los conmina a renunciar a sus intereses y a sus propias ideas para apoyar una candidatura conforme con el sistema. En 2002, Robert A. Dahle, profesor de Derecho Constitucional en la universidad de Yale, publicaba un estudio sobre la manera cómo se escribió la Constitución estadounidense, en 1787, para garantizar que Estados Unidos nunca llegara a ser una verdadera democracia [1]. Más recientemente, en 2014, dos profesores de Ciencias Politicas, Martin Gilens en Princeton y Benjamin I. Page en Northwestern, demostraron que el sistema ha evolucionado de manera tal que hoy en día todas las leyes se votan a pedido y bajo el control de una élite económica sin que nunca lleguen a tenerse en cuenta las opiniones de la población [2]. La presidencia de Barack Obama se vio marcada por la crisis financiera, y después por la crisis económica –en 2008– cuya principal consecuencia es el fin del contrato social. Hasta este momento, lo que unía a los estadounidenses era el «sueño americano», la idea de que cualquiera podía salir de la miseria y hacerse rico gracias al fruto de su trabajo. Podían admitir todo tipo de injusticias con tal de que existiera la esperanzar de «salir adelante». En este momento, exceptuando a los «súper-ricos» –que siguen haciéndose aún más ricos–, lo más que se puede esperar es no caer en el abismo. El fin del «sueño americano» suscitó primeramente el surgimiento de movimientos de cólera, a la derecha con el Tea Parti –en 2009– y a la izquierda con Occupy Wall Street –en 2011. La idea general era que el sistema de desigualdad ya no era aceptable, no porque porque la desigualdad se había acentuado enormemente sino porque se había convertido en algo permanente e invariable. Los partidarios del Tea Party afirmaban que para mejorar las cosas había que disminuir los impuestos y que cada cual tenía que arreglárselas por sí mismo, sin esperar contar con alguna forma de protección social. Los participantes en el movimiento Occupy Wall Street pensaban que, por el contrario, había que incrementar los impuestos de los súper-ricos y redistribuir lo que lograra recuperarse por esa vía. Pero aquella etapa quedó atrás en 2015, con la llegada de Donald Trump, un multimillonario que no cuestiona el sistema pero que dice haberse beneficiado con el «sueño americano» y ser capaz de reactivarlo. En todo caso, así interpretan los ciudadanos el eslogan de Trump «America great again!» (¡América grande de nuevo!). Sus partidarios no tienen intenciones de apretarse un poco más el cinturón para financiar el complejo militaro-industrial y reanimar el imperialismo, lo que esperan es que se les permita enriquecerse ellos mismos, como lo hicieron varias generaciones de estadounidenses antes que ellos. Mientras que el Tea Party y Occupy Wall Street legitimaron respectivamente las candidaturas del republicano Ted Cruz y del demócrata Bernie Sanders, la candidatura de Donald Trump pone en peligro las posiciones adquiridas por los individuos que se protegieron bloqueando el sistema durante la crisis financiera de 2008. Trump no está en contra de los súper-ricos sino en contra de los altos funcionarios y de los profesionales de la política, en contra de todos los «pudientes acomodados», que obtienen grandes ingresos sin asumir nunca riesgos personales. Si hubiese que comparar a Trump con una personalidad europea, no sería con Jean-Marie Le Pen, ni con Jorg Haider, sino con Bernard Tapie y […]

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